Cuando se cierra una puerta… se abre el cielo
- Darón Lemus
- 6 nov
- 4 Min. de lectura
Perder el trabajo no es solo una crisis económica. También puede ser una crisis emocional. Te hace dudar de tu valor, de tus capacidades, de tu futuro. Pero también, si lo permitimos, puede ser una oportunidad para reencontrarnos con Dios, con nosotros mismos… y con nuevos comienzos.
Recuerdo cuando a mi papá lo despidieron después de muchos años en una sola empresa. No solo él fue afectado, sino decenas de sus colegas, muchos de los cuales eran padres, esposos, personas comprometidas y trabajadoras. Verlo de un día a otro sin su estabilidad me partía el alma. Y cuando pasa esto algunos lloran, otros no saben qué decir en casa, y muchos más sentirán que se les cerró la vida.
En ese momento me hice una pregunta:
¿Cómo Dios está presente cuando perdemos el trabajo?
Y encontré una respuesta que hoy quiero compartirte.

Dios no te está castigando, te está preparando
Algunos piensan que quedarse sin empleo es una especie de castigo divino. Pero… ¿y si fuera al revés? ¿Y si es un empujón hacia algo nuevo, algo mejor, algo que aún no ves?
He conocido personas que después de perder su trabajo, por fin se atrevieron a emprender. Otras descubrieron talentos que habían dejado dormidos por años. Algunas encontraron tiempo para cuidar a su familia, a su salud, a su alma. ¿Y si Dios también quiere eso para ti?
“¡Feliz el que teme al Señor y va por sus caminos! Comerás del trabajo de tus manos, serás dichoso y te irá bien.” — Salmo 128, 1‑2
El valor no está en lo que haces, sino en lo que eres
Muchas veces confundimos nuestro trabajo con nuestra identidad. Creemos que nuestro valor depende del puesto que tenemos o del sueldo que ganamos. Pero tú no eres solo tu trabajo. Eres hijo e hija de Dios. Y eso, nadie te lo puede quitar.
Dios no te ve como un currículum. Te ve como una obra en construcción, moldeada con amor, paciencia y propósito. Y aunque a veces parezca que lo que estás viviendo es una pérdida, puede ser el inicio de algo mayor. Tal vez no lo veas aún… pero Dios ya está trabajando.
Y esto es cierto tengas 25, 45 o 65 años. No importa si apenas empezabas tu carrera o si ya estabas pensando en tu jubilación. Siempre es posible comenzar de nuevo. Siempre es válido abrirse a algo nuevo. Siempre es valiente confiar.
He escuchado historias de personas que encontraron su vocación después de los 50. Otras, que reinventaron su vida tras un despido inesperado. Y muchas más, que al dejar atrás lo que creían indispensable, descubrieron lo que realmente era esencial.
Porque sí, a veces el empujón de Dios viene arrancando de raíz lo que no entendemos. Pero no para castigar, sino para sanar, limpiar, renovar.
Tal vez hubo señales, un ambiente laboral que te enfermaba, una rutina que te apagaba, un estrés que comenzaba a consumir tu fe o tu salud. Y aunque dolió salir de ahí, ahora lo ves: lo más sano, lo más sabio, lo más necesario… era soltar.
Hoy estás fuera, y puede que tengas miedo, incertidumbre, dudas. Pero también tienes una nueva oportunidad: emprender, cambiar de rumbo, retomar un sueño olvidado, redescubrir tu misión.
Y sobre todo, volver a confiar en que Dios no cierra puertas al azar… las cierra para que mires hacia el cielo.
No estás solo. Dios te ve… y te mueve
Durante ese tiempo difícil en casa, vi cómo Dios se hacía presente en pequeños (pero valiosísimos) gestos: palabras de ánimo, clientes que no solo valoraban su trabajo, sino que mostraban afecto genuino, personas que abrían su corazón y su casa. Hubo quienes decían: “si vienen a este departamento, no se preocupen, esta es su casa”. Y eso no era solo cortesía… era siembra convertida en cosecha.
Esos años de entrega, de responsabilidad, de dar más de lo esperado, se transformaron ahora en respaldo, cariño y puertas abiertas. Ahí estaba Dios, actuando sin hacer ruido, mostrándonos que no estábamos solos. A veces no manda un ángel con alas… manda a un amigo que te extiende la mano. O a un cliente que se vuelve familia.
Dios no te quiere ver mal. Al contrario, quiere verte bien. Pero muchas veces ese “estar bien” requiere sacudirnos, movernos, salir de la zona de confort. Nos quita lo cómodo, sí… pero solo para que podamos crecer.
A veces, lo que hoy ves como pérdida, en realidad es la estrategia de Dios para reacomodarte en un lugar mejor. Porque donde tú ves caos, Él ve propósito. Donde tú ves cierre, Él está abriendo.
Pero también hay algo importante, Dios hace su parte, pero nosotros debemos hacer la nuestra. Él nos da el 50% (fuerza, salud, ideas, personas claves, incluso paz para pensar) pero el otro 50% depende de ti.
Es como una maratón. Puedes orar y pedirle a Dios que te ayude a ganar. Y sí, Él puede darte resistencia, mantenerte libre de lesiones, incluso motivarte en el camino. Pero Dios no va a correr por ti. Eres tú quien debe dar los pasos, avanzar, levantarte si caes y seguir hasta cruzar la meta.
Él ya hizo lo suyo: te equipó, te sostuvo, te guió hasta aquí. Ahora es tu turno. Camina con fe, avanza con valentía… y confía en que, aunque parezca incierto, este nuevo camino también tiene Su huella.
"Porque yo sé muy bien lo que haré por ustedes; les quiero dar paz y no desgracia y un porvenir lleno de esperanza" Jeremías 29,11
Te comparto esta oración para ti o alguien que lo necesite:
Señor, cuando el miedo me abruma y el futuro se me nubla,enséñame a confiar como Pedro en medio de la tormenta. Recuérdame que no soy lo que perdí, sino lo que tú haces conmigo. Abre mis ojos a nuevas oportunidades, y dame la paz de saber que tu mano siempre me sostiene. Amén.
Si este mensaje ha resonado en tu corazón o crees que puede ayudar a alguien más, compártelo.
A veces, Dios usa nuestras palabras para sanar el alma de otros.



_JPEG.jpeg)
Comentarios